¡¡ Uf!! Vaya mierda de día, qué frio y qué diluvio, parecía que no hubiera llovido nunca; y con el montón de cosas que tenía que hacer por el centro.
¡ Ánimo Angelito, a la ducha! (me dije con forzada alegría).
A medio enjuagar se apagó el termo y casi me quedo “tieso” de frio.
Terminando un afeitado rápido, me hice un corte tremendo, y no había forma de parar de sangrar.
No sabía que ponerme, y al final, cabreado, terminé con los tejanos de siempre. Estoy de tejanos hasta los mismísimos.
Traté de tranquilizarme desayunando con calma. ¡No lo podía creer!
Me tiré todo el café encima y tuve que cambiarme de ropa otra vez.
Y ya en la calle no me acordaba de la huelga de autobuses, a ver quien encontraba un taxi, con la que estaba cayendo.
Esperé un rato…
¡Al fin! Uno libre, ¡taxi, taxi!
De repente, surgiendo de la nada, apareció una señora algo mayor, con paraguas y bastón ( la tapaba una furgoneta aparcada en el chaflán).
– Perdone joven, yo lo he visto antes.
– Mire señora, no se lo discuto,pero yo lo he parado; oíga ¿quién le ha parado? (pregunté al taxista)
– Usted señor.
– ¿Lo ve? ya se lo dije.
Me disponía a entrar al vehículo, pero mi conciencia no me permitía
abandonar allí a la señora,bajo la lluvia; le pregunté adonde se dirigía.
– A la plaza de Urquinaona,(respondió).
Menos mal que algo salía bien, porque yo iba a Correos.
– Venga señora, me va de camino, suba, la dejo en la plaza y yo seguiré.
La señora resultó ser encantadora.Estuvimos charlando durante todo
el trayecto.
Llegamos al final de Pau Claris. Me apresuré a bajar y abrirle la puerta
del vehículo, a la vez que desplegaba el paraguas para protegerla.
Salió, apoyó el bastón, y…Visto y no visto, patinazo del bastón.
Solté el paraguas para poder sujetarla, la agarré mal y..!Patapam!
La señora dió con su cara, en el encharcado pavimento de la acera.
El paraguas salió volando con el viento, golpeó en el parabrisas de uno de los coches que descendían por Pau Claris, frenó, y todos los siguientes fueron chocando unos con otros.
Yo no sabía donde mirar: si a la escena de película en plena calle, a la señora que estaba boca abajo en la acera o a la avalancha de gente que en un momento se había arremolinado a nuestro alrededor.
Entre el taxista, que bajó enseguida del coche, un señor que se había detenido para ayudar, y yo, conseguimos poner en pie a la pobre señora.
¡Dios mío de mi vida! Aquello no era una cara.Con la sangre y el agua fangosa del charco donde había dado, se le había formado un “pastiche”de colores que iba desde el rojo de la sangre, hasta el negro del fango, pasando por todos los intermedios marrones imaginables.
En aquellos momentos, recuerdo que tenía unas ganas inmensas de llorar de impotencia, observando el follón que se había armado, y por otra parte, viendo la cara de la señora, tenía que hacer un esfuerzo enorme para contener la risa y no pecar de insensibilidad.
No cabía un alfiler entre el tumulto. Lo que se había formado en unos momentos es difícil de narrar.
Los autos parados,todos los conductores pitando, una multitud de gente a nuestro alrededor queriendo”ayudar”y dando consejos de lo que había o no había que hacer, además,no aparecía un guardia ni por casualidad.
En aquel tiempo, no había móviles como hoy, y la radio del taxista estaba averiada; así que pensé que mientras buscábamos un teléfono y llamábamos a una ambulancia, ya habríamos llegado al hospital.
Dicho y hecho; como pudimos metimos otra vez a la señora en el taxi, y salimos a escape.
La pobre mujer era admirable, en vez de quejarse, trataba de darnos ánimos al taxista y a mí, diciéndonos que casi no le dolía y que no había sido nada.¡Joder! Que no había sido nada, y yo no quería ni mirarla por no verle la cara y desmayarme.
Por el camino iba pensando que no llegaría a tiempo de solucionar uno de mis asuntos particulares de esa mañana: una entrevista de trabajo muy importante.Ya no me esperarían y por muchas explicaciones que diera ¿Quién se iba a creer la historia ?
Por fin llegamos al hospital; la señora entró por su pie, aunque enseguida, en una silla de ruedas, la pasaron a “urgencias”.
Al entrar, me dió las gracias y se despidió, en ese momento me ofrecí a telefonear a alguien de su familia.
Me lo agradeció de nuevo y me dió una tarjeta de su marido.
¡Por favor!(me advirtió) tenga cuidado para no asustarle mucho, porque hace poco le han operado del corazón…
Continuará el próximo lunes 5.
Un saludo
Angel Denic