Hoy lo he vuelto a ver. Hacía más de un mes que no
coincidíamos.
Me gusta verle por la carga positiva que me
transmite, si bien lamento no poder ofrecerle nada a cambio. Mi horario y el
trayecto matinal hasta el trabajo es prácticamente el mismo cada dia. Entonces
¿Por qué no le veo más a menudo?
Cada vez que me cruzo con él, revivo con detalle
el día que lo vi por primera vez. Aunque sería mejor decir: “Lo
observé”.
Es posible que lo hubiera visto con anterioridad,
pero no había reparado en su persona.
Nunca olvidaré la profunda desesperación en que me
encontraba aquella mañana.
Un conjunto de problemas, casi todos de índole
económica, inundaba mi pensamiento. Andaba como un sonámbulo, con unas inmensas
ganas de llorar. Apenado de mí mismo y sin saber cómo disminuir mi agobio.
De repente, a lo lejos, aunque lo suficientemente
cerca para poder apreciarlos, se acercaba una pareja andando con paso lento.
El hombre, por los gestos de su boca y su expresión facial
alegre y dicharachera parecía que venía cantando. No a gritos, sino poco más
que para sí mismo y su acompañante.
A medida que nos acercábamos lo iba apreciando con
toda exactitud.
Dejé de pensar en mis asuntos para calibrar lo que
estaba viendo.
Cierto. No me equivocaba. El hombre andaba
cantando.
Cantar de aquella forma y con una alegre sonrisa
solo podía tener una explicación: Estaba y era feliz.
Pero lo verdaderamente asombroso era la realidad
de lo que estaba observando. Aquel hombre era totalmente ciego.
Sus ojos destrozados y de un color blanquecino
asomaban entre sus arrugados párpados.
Con una enorme emoción seguí mi camino,
preguntándome cómo era posible que aquel hombre cantara a pesar de su
desgracia. Mientras yo lagrimeaba agobiado por problemas con el Banco, Hacienda
o la Seguridad Social.
A partir de aquel memorable día, el recuerdo de mi
desconocido amigo suele darme la medida exacta de cualquiera de mis problemas:
Insignificante.
Un saludo
Angel Denic