Hace un par de semanas que estoy haciendo unas sesiones de
rehabilitación por un problema lumbar. Según el traumatólogo es un tratamiento
muy eficaz, aunque aún no he obtenido la mínima señal de mejoría.
Subo al autobús a las siete y veinte aprox. a esa hora suele haber pocos
usuarios y he observado que algunos repiten en dias diferentes.
A los pocos dias de iniciar mi rutina, en la segunda parada de mi itinerario
subió un hombre que, con el mayor disimulo, no pude dejar de observarlo. Era
extremadamente feo. Daba miedo.
Enorme, muy ancho, corpulento y una cara de fiera agresividad. Sobre sus ojos
una sola ceja espesa y negra le daba un aspecto de Neandertal. Una ancha
mandíbula completaba la imagen de película de terror.
Cuando bajé del autobús, él siguió adelante.
Durante largo rato no pude borrar de mi mente aquella cara y sobre todo su
expresión.
Dias después aquel “ogro”, y perdón por la palabra, volvió a subir al
autobús y se repitió la escena. Esta vez en lugar de observarlo a él, me
entretuve en mirar al resto de pasajeros y todos, con disimulo dejaban escapar
sus miradas hacia aquel hombre.
En unos dias volvió a hacer su entrada en el vehículo, pero esta vez no venía
solo.
Quedé totalmente sorprendido. Empujaba un carrito de niños.
Lo situó en la zona destinada para ello, bajó el asiento plegable y se sentó
sujetando ligeramente el cochecito.
De repente…una mano diminuta apareció entre las cortinillas que cubrían el
interior. Entonces el hombre, supongo que era el padre, con un solo dedo separó
los visillos y dejó al descubierto una niña preciosa, con rizos rubios y una
sonrisa angelical.
Lo que sucedió me produjo una gran emoción.
El hombre jugueteó con su enorme dedo entre los rizos de la niña y ella le
dedicó una tierna sonrisa.
En aquel momento la cara de aquel hombre se transformó. Manifestaba una
profunda ternura y felicidad. Una amable sonrisa vino a sustituir aquella
expresión de permanente agresividad.
Dejó de ser un ogro prehistórico para ser un hombre grande, corpulento y con
facciones muy rudas, pero nada más.
Este fue el poder de una sonrisa infantil.
Un saludo
Angel Denic
