Un buen día apareció acompañada de su marido y reservó cita.
Tendría algo más de cincuenta años. Era de estatura media, menuda, y  con el cabello muy fino. Su cara reflejaba una expresión bondadosa y agradable.
Regresó para la cita, realicé el servicio, y se marchó agradecida,  satisfecha por el trabajo.
Más tarde pregunté por curiosidad a mi ayudante si había observado la extraordinaria belleza y largura de las pestañas de aquella señora.
Dijo que le parecieron artificiales, pero sería impropio del estilo y naturalidad de aquella exquisita y delicada señora. Eran auténticas.

Siguió acudiendo con asiduidad, siempre acompañada de su solícito esposo.
Meses después; un día, vino sola y triste. Su marido había fallecido.
Pasó el tiempo y continuó visitándonos con frecuencia.

Años después, de improviso, apareció en silla de ruedas, ayudada por su hija.
Seguía alegre y cordial, pero con evidente menor brío.

Cuarenta años después de la primera cita, su hija sigue mimándola con cariño. La trae para cuidar un cabello imposible, desvitalizado y finísimo. Comprende que mi labor sea poco efectiva, pero al final siempre queda contenta con el resultado.
La señora casi no se mueve, no habla, ni vé. Pero hay dos detalles característicos que casi no ha perdido: Su bondadosa expresión y sus asombrosas pestañas.

Hace poco, la hija me avisó de que traería a su nieta para hacerle un flequillo.
Días después vino acompañada de una criatura angelical que tendría unos cuatro años, preciosa, muy desinhibida y parlanchina.
Me aproximé un poco a su carita para iniciar el corte del flequillo y …
me dió un vuelco el corazón.

Hacía más de cuarenta años que no veía unas pestañas como aquellas.
Sí. Eran exactamente las mismas, que poseía su anciana bisabuela.

                         
                                               SALUDOS

                                             ÁNGEL   DENIC