Siempre me ha gustado el verano, si hace mucho calor lo soporto muy bien, no me quejo, no sé si será porque nací en Julio.
Recuerdo mis veranos sobre todo de la época infantil, adolescencia y principios de la edad adulta.
Mis padres y mis dos hermanas vivíamos en Madrid en la calle Fuencarral. Nuestra desahogada posición familiar permitía a mis padres poseer una casita muy bien acondicionada para pasar los insufribles veranos madrileños aunque como he dicho antes, los soportaba y los soporto muy bien.
La casa estaba muy cerca de Poyatos(Cuenca).
Formaba parte de una aldea con varias casas desperdigadas en un paraje de ensueño a un par de kilómetros del nacimiento del rio Cuervo.
Ni que decir tiene que la zona era magnífica para el descanso. Mis padres daban largos paseos como entretenimiento, si bien nosotros, mis hermanas y yo nos aburríamos por las escasas posibilidades de distracción, aunque siempre manteníamos relación con los pocos habitantes de nuestra edad y con ello aumentábamos las probabilidades de pasar buenos ratos.
Nunca olvidaré mi decimonoveno verano. En Noviembre del año anterior había fallecido mi padre, no obstante, mi madre dispuso que siguiéramos pasando parte del verano en la aldea.
A los pocos días de nuestra llegada llamaron a la puerta y apareció una pareja que había alquilado la casita más próxima a la nuestra. Venían a presentarse como gesto de buena vecindad.
Justamente yo, abrí la puerta y la visión me turbó.
Lucía era el nombre de aquella mujer verdaderamente espectacular.
Tendría treinta años escasos. Su natural belleza, sin maquillajes, era increíble. Unos ojos verdes muy claros y un cuerpo hermoso y perfecto.
Por un momento pensé que era la mujer más preciosa que había conocido. Quedé impactado y muy sorprendido ante aquella aparición.
El marido me pareció un tipo de lo más normal y con “ cara de pocos amigos”.
Acudieron mi madre y mis hermanas para las presentaciones de rigor y yo, solo pude balbucear unas palabras, intentando “quedar bien”.
Desde el primer día se unieron a nosotros para disfrutar de los alrededores: el Horquillo, el barranco de Poyatos, el ventano del Diablo etc…Incluso íbamos a un cine al aire libre que instalaban en el pueblo durante el verano.
Una mañana apareció Lucía sola, según nos dijo, el marido había vuelto a Madrid a resolver un asunto de la empresa que requería su presencia.
Aquel día decidimos ir al nacimiento del rio Cuervo. En aquella época aún no se había declarado parque natural y podíamos ir por libre, bañarnos, comer nuestras provisiones en cualquier zona de sombra, etc…
Nos pusimos todos en bañador y una vez más contemplé aquel cuerpo que ocupaba mis sueños eróticos de juventud.
En un momento, y no era la primera vez, nuestras miradas se cruzaron, y me dio la impresión con bastante certeza, que yo le gustaba.
Modestia aparte, yo era guapo “con ganas”, un pelazo negro muy abundante, una cara muy masculina, alto; y con un cuerpo que sin necesidad de gimnasio lucía una espléndida musculatura.
Estuvimos todos largo rato jugando en el agua, luego nos tumbamos al sol.
Lucía contemplaba extasiada las agrestes paredes rocosas por donde fluye el agua formando impetuosas cascadas.
¿Eso son cuevas? Preguntó con curiosidad señalando las oquedades que se dejaban entrever detrás de las cortinas de agua que descendían por la pared rocosa.
“Claro que sí” respondí solícito, si quieres te las enseño, le dije ofreciéndome como guía.
Se incorporó para acompañarme y mis hermanas, por suerte, permanecieron tumbadas al sol.
Yo conocía las entradas para rodear la cascada sin tener que atravesar la peligrosa caída del agua.
Entramos en una de las cuevas y contemplamos el curioso espectáculo de ver a través de la cortina de agua la zona donde mi madre y mis hermanas tomaban el sol.
De repente Lucía se giró, me agarró la cabeza con las dos manos y me dio un interminable beso en la boca.
Sorprendido la abracé al tiempo que constataba que tenía una mayúscula erección.
Solo tardamos unos segundos en quedar como nuestras madres nos trajeron al mundo.
Lucía, con un impetuoso gesto hizo que me tumbara en el suelo y sin mediar palabra se puso a horcajadas sobre mí y al momento estaba cabalgándome.
Todo fue muy rápido. Seguidamente se incorporó y me dijo:
“Ha estado muy bien”. Supongo que me lo dijo para tranquilizar mi ego, bastante maltrecho por la brevedad del acto.
Nos vestimos y salimos de la cueva.
A los dos días volvió su marido y permanecieron en la aldea unos días más hasta finalizar sus vacaciones.
Nosotros continuamos allí hasta finalizar las nuestras y volvimos a Madrid.
Durante un tiempo, ocasionalmente, paseaba por la zona de Callao, sabiendo que ella vivía por allí, pero nunca volví a verla. Jamás podré olvidar aquel verano de mi inicio en relaciones sexuales. Hasta entonces yo había tenido algunos escarceos con chicas, pero Lucía fue mi auténtica “primera vez”.
Tres años después vendimos la casa de verano y dejamos de ir a Cuenca.
Saludos
y buen verano.
Ángel Denic
