Me encontraba sentado en la terraza del pequeño bar que hay a unos cincuenta metros de mi casa. Aquel día la conocí.
Miento, aún no la conozco y hace casi dos meses que la vi por primera vez.
Cruzó con rapidez el paso de cebra desde la otra acera y caminó hasta rebasar las mesas dispuestas en fila. Yo ocupaba una de ellas.
Desde aquel momento, no he dejado de pensar en ella.
Andaba como una pantera, bueno, como supongo que anda ese felino, porque en realidad no he visto ninguna salvo en el cine. Aunque se suele decir: “se mueve como una pantera”.
No sé si alguna vez había visto unos andares como aquellos, pero desde luego, sólo en aquella ocasión se me había acelerado el corazón con la visión de unas piernas sosteniendo un culo de una increíble redondez. Aquel bamboleo me hizo sentir un hormigueo por la zona genital que para mi sorpresa no me ocurría desde mi época juvenil.
En un abrir y cerrar de ojos contemplé sus hermosos senos que cubría con una simple camiseta en la que se marcaban los pezones.
Su rizada melena rozaba los hombros y el principio de la espalda con el mismo ritmo que el cimbreo de todo su cuerpo.
He vuelto al bar casi cada día y en dos meses ha pasado delante de mí cuatro veces. Ni una sola me ha mirado. No sabe que existo, sin embargo, ella siempre está en mi imaginación.
Casi la veo, desnuda sobre mí jadeando de placer, con su melena rozándome la cara. No sé cómo entrar en contacto con ella, no me atrevo. Además ¿adónde voy yo a estas alturas de mi vida, con una criatura semejante?
Cada día espero con ansia que me deleite su serpenteo moviéndose entre la gente, aunque lo normal es que no aparezca. No importa; el día que la veo me compensa toda la infructuosa espera.
Saludos Ángel Denic

Mucha invencion
Un escritor sin imaginación, es un jardín sin flores